Plinio Correa de Oliveira
Atmósferas, Costumbres, Civilizaciones
Arte sacro y naturalismo
Al entrar en el Salón de los Espejos de Versalles, la primera impresión es de inmensidad. El enorme suelo, cuya superficie pulida recibe la luz que entra por varias partes, parece encontrar un campo abierto y libre para su actuación. La longitud y altura de los muros se ven reforzadas por arcos altos y estrechos, que, por un lado, se abren a los inmensos jardines; por el otro lado están adornados con espejos, cuyos reflejos aportan profundidad a la perspectiva. El techo abovedado, en su riqueza, representa multitud de personajes míticos en colores abundantemente ricos, lo que acentúa aún más la inmensidad del conjunto.
A esta primera impresión le sigue inmediatamente otra: la de la proporción: una proporción admirablemente armoniosa entre la altura, la anchura y la longitud de la habitación. Lo mismo podría decirse de los elementos decorativos de la pared del fondo: el arco está en perfecta proporción con la curvatura del techo y con el ancho y alto de la sala; los paneles de ambos lados están exactamente proporcionados entre sí y con las respectivas paredes; los jarrones no podrían haber sido elegidos mejor. El tamaño del candelabro en la habitación es perfecto cuando se ve a través del arco en la parte posterior. Se podrían hacer observaciones similares sobre cada uno de los muchos elementos decorativos que embellecen la galería.
Es como si la misma armonía vigorosa -casi inflexible- lo impregnara todo; gobierna y ordena, sometiendo todas las formas, diseños y colores a un gran tema central, que reina y brilla hasta el más mínimo detalle. Es un tema que rebosa grandeza, coherencia, fuerza, gracia y encanto. En otras palabras, es una imagen fiel del orden temporal tal como lo concibe el absolutismo: una relación armoniosa de todas las cosas, establecida y preservada por la regla de la voluntad fuerte, ilustrada, paternal y aún invencible para el rey.
Esta armonía no sólo es triunfante, sino también festiva. Esta habitación fue hecha para la gloria y el placer. Lleva la marca de una sociedad que creía haber alcanzado la perfecta estabilidad al hacer de la voluntad del rey su centro absoluto. Y a través de esta estabilidad, imaginaban que habían alcanzado la abundancia material y el perfecto bienestar terrenal.
Hagamos justicia: este bienestar terrenal tiene un alto tono espiritual. Todos los placeres que ofrece este salón son principalmente para el placer del alma, tocando, conmoviendo y nutriendo sus aspectos más nobles. Es un entorno digno que hace que el hombre se sienta quien realmente es: el rey de la naturaleza.
El bienestar terrenal, la gloria terrenal, el placer terrenal y el orden natural se reflejan en esta sala con admirable claridad y destreza. La naturaleza fue creada por Dios, y es buena y hermosa en sí misma. El artista y el pensador católico deben reconocer esta bondad y esta belleza del lado puramente natural de la vida terrena.
Pero, ¿debería conformarse con eso solo? ¿Qué pasa con la idea del pecado original, la lucha entre el bien y el mal y la necesidad de la penitencia? ¿Qué pasa con la noción de muerte y, más allá de la muerte, la del cielo y el infierno? ¿Qué pasa con el concepto de un Redentor que sufrió y murió por nosotros en medio de un océano de dolor y sufrimiento indecibles? ¿Qué hay de las muchas lecciones de la Revelación Divina y la Redención tan visibles y tan bien expresadas en el arte medieval? En una palabra, ¿qué pasa con la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo?
Muchos valores espirituales admirables se pueden encontrar en este entorno, pero estos son los mismos valores que inspiraron la revolución de 1789. El sello del pensamiento pagano eclipsa ostensiblemente la marca del santo bautismo sobre el estilo gótico.
Los que bailaban en el Salón de los Espejos rezaban en la capilla del Palacio de Versalles. ¿No podríamos decir que esta capilla es una extensión o un complemento de la galería? Las pinturas de la capilla tienen un tema religioso, pero las actitudes, gestos y expresiones de los santos se asemejan más o menos a los de los dioses mitológicos del Salón de los Espejos. Los arcos y la columnata tienen un aire pomposo y festivo. Se respira allí una atmósfera de corrección natural, de orden y proporción; nada expresa misticismo (en el buen sentido de la palabra, por supuesto) o fervor sobrenatural. Parece una capilla para hombres felices y autosuficientes que sólo desean una próspera vida terrenal y que vienen aquí a visitar a Dios como un simple deber de cortesía. Nada parece hecho para dar un ambiente de oración a los hombres que sufren, que luchan contra el mundo, el demonio y la carne y que aspiran al paraíso.
Estos dos ejemplos muestran la influencia que ejerció la tendencia naturalista de la época no sólo sobre la vida temporal, sino también sobre la espiritual.
