La altivez es un complemento armonioso de humildad

Plinio Correa de Oliveira

 

 

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

 

 

 

La altivez es un complemento armonioso

de humildad

“Catolicismo” N.º 44 – Agosto 1954

 

 

 

 

 

 

Una figura varonil, con una fuerza llena de armonía y proporción, en la que el vigor del cuerpo es como penetrado y empapado por la presencia fuerte y luminosa de una gran alma. Rasgos faciales muy definidos, pero igualmente proporcionados. ¿Hermoso? Sin duda. Pero, por así decirlo, casi no hay tiempo para analizar la belleza física, porque la mirada que es profunda, seria, serena, pensativa, seria y suave a la vez, retiene toda la atención. Y esto a tal punto que es casi imposible notar nada más. Es la mirada de un pensador. y un hombre de acción. Pensador que ve las cosas desde las más altas cumbres de la Filosofía y la Teología. Un hombre de acción que tiene la mirada muy puesta en la realidad, que sabe mirar profundamente a las personas, las cosas, los hechos. Una nota de melancolía en sus ojos, una mirada firme y enérgica en sus labios, la actitud noble y altiva de toda su persona, las manos que parecen hechas para el mando, hacen de este hombre extraordinario un luchador que no se hace ilusiones por el mundo. definitivamente se ha opuesto a él, y está listo para todos los choques que la vida le presenta. Todo ello aparece como iluminado por una sutileza de expresión y una afabilidad aristocrática que dejan entrever al hidalgo y al diplomático. haga de este hombre extraordinario un luchador que no se hace ilusiones sobre el mundo, que definitivamente se ha posicionado frente a él y está listo para todos los enfrentamientos que la vida le depara. Todo ello aparece como iluminado por una sutileza de expresión y una afabilidad aristocrática que dejan entrever al hidalgo y al diplomático. haga de este hombre extraordinario un luchador que no se hace ilusiones sobre el mundo, que definitivamente se ha posicionado frente a él y está listo para todos los enfrentamientos que la vida le depara. Todo ello aparece como iluminado por una sutileza de expresión y una afabilidad aristocrática que dejan entrever al hidalgo y al diplomático.
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Tal era la rica personalidad del que en esta vida se llamó Rafael Cardenal Merry del Val, Arzobispo titular de Nicea, y que pasó a la historia como Secretario de Estado de San Pío X.

De estirpe aristocrática, pues era hijo del marqués Merry del Val y de la condesa de Zulueta, en sus venas corría sangre ilustre de varios países europeos: España, Inglaterra, Holanda. Al consagrarse al servicio de la Iglesia, al recibir el Orden Sagrado y la plenitud del Sacerdocio, no ha perdido ninguno de sus dones naturales, sino que los ha potenciado. Porque la naturaleza propia de la gracia no es destruir la naturaleza, sino elevarla y santificarla. Su profunda sabiduría brotó de una fe ardiente y de una piedad admirable. Su fuerza era la expresión de una templanza sobrenatural. Su dignidad era el resultado de una alta conciencia del respeto que se debía a sí mismo por tantas razones naturales y sobre todo sobrenaturales.
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En un momento en el que todo sopla un viento de vileza, que incluso pretende mediocrizar el Sacerdocio, preconizando un tipo de Clérigo mezquino, vulgarizado, secularizado, al capricho de la demagogia reinante, se presenta la noble figura del Cardenal Merry del Val como modelo admirable de dignidad sobrenatural, que nos hace comprender bien la inefable dignidad del Sacerdote en la Iglesia de Dios. Dignidad que puede brillar tanto en un Prelado como Rafael Merry del Val como en el más modesto Vicario de un pueblo.
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La altivez cristiana no es lo contrario de la humildad. Más bien es su complemento armonioso.

El Secretario de Estado de San Pío X fue un alma profundamente humilde y a él se debe una de las páginas más hermosas sobre la humildad cristiana.

En este apartado, donde solemos comparar dos imágenes contrastantes, hoy comparamos una fotografía con una oración.

Nuestros lectores verán así como en un corazón verdaderamente y sobrenaturalmente católico coexiste la más alta dignidad con la más profunda humildad: imitación de ese Sagrado Corazón que la Iglesia nos dice que es a la vez Manso, Humilde y de una Majestad infinita.

Oh Jesús, manso y humilde de corazón, escúchame

 

Del deseo de ser estimado, líbrame, oh Jesús.

Del deseo de ser amado, líbrame, oh Jesús.

Del deseo de ser conocido, líbrame, oh Jesús.

Del deseo de ser honrado, líbrame, oh Jesús.

Del deseo de ser alabado, líbrame, oh Jesús.

Del deseo de ser preferido, líbrame, oh Jesús.

Del deseo de ser consultado, líbrame, oh Jesús.

Del deseo de ser aprobado, líbrame, oh Jesús.

Del temor de ser humillado, líbrame, oh Jesús.

Del temor de ser despreciado, líbrame, oh Jesús.

Del temor de ser rechazado, líbrame, oh Jesús.

Del temor de ser calumniado, líbrame, oh Jesús.

Del miedo al olvido, líbrame, oh Jesús.

Del temor de ser ridiculizado, líbrame, oh Jesús.

Del temor de ser infame, líbrame, oh Jesús.

Del temor de ser sospechoso, líbrame, oh Jesús.

 

Que otros sean amados más que yo, Jesús, dame la gracia de desearlo.

Que los demás sean más estimados que yo, Jesús, dame la gracia de desearlo.

Que los demás se eleven en la opinión del mundo, y que yo sea rebajado, Jesús, dame la gracia de desearlo.

Que otros sean elegidos y yo apartado, Jesús, dame la gracia de desearlo.

Que los demás sean alabados y yo despreciado, Jesús, dame la gracia de desearlo.

Que los demás sean preferidos a mí en todas las cosas, Jesús, dame la gracia de desearlo.

Que otros sean más santos que yo aunque yo me haga lo más santo posible, Jesús, dame la gracia de desearlo.

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