Por las altas ventanas, guarnecidas de vitrales, entra una luz abundante pero suave, que se refleja en el piso de madera, en el metal pulido de las
armaduras y de las panoplias, en el bronce y en el cristal de los inmensos
candelabros, y parece alcanzar con esfuerzo las nervaduras y pinturas del
techo.
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Las columnas, fuertes y delicadas, se abren hacia lo alto como inmensas
palmeras que protegiesen la sala con su ramaje de piedra, de líneas
coherentes, nítidas y suaves.
La sala está fuertemente impregnada de un ambiente peculiar, que invita a un
reposo sin ocio ni disipación, un reposo todo hecho de recogimiento,
gravedad, equilibrio y fuerza. Las armaduras, los venados disecados,
enriquecen este ambiente con el eco de las proezas practicadas en la cacería
y en la guerra.
El revestimiento de madera trabajada quiebra con su delicadeza y calidez lo
que la austeridad de la piedra tal vez tuviese de excesivo. Al fondo, sobre una
peana, la imagen de un santo atrae el pensamiento hacia el cielo.
Sin duda esta sala refleja una mentalidad, que podrá agradar a unos,
desagradar quizá a otros, pero que de un modo u otro supo disponer
admirablemente los colores y las formas para expresarse. Es una sala para
uso civil cotidiano. Presenta el ambiente en que el espíritu de nuestros
mayores se sentía a su gusto para vivir la vida común.
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La Sainte Chapelle de París, construida en el siglo XIII por San Luis IX, Rey
de Francia, para guardar algunas espinas de la corona de Nuestro Señor
Jesucristo, expresa la misma mentalidad, no en cuanto entregada a la vida
diaria, sino en cuanto vuelta hacia la oración.
La nota de delicadeza alcanza a lo sublime. Ni por esto, la fuerza, el
equilibrio, la gravedad, el recogimiento pierden algo de su plenitud.
Eclesiásticos, artistas, peregrinos de todos los siglos han visto en la Sainte
Chapelle, en el ambiente que en ella palpita, en la mentalidad expresada en
sus líneas, sus colores, sus formas, su configuración general, la expresión
arquetípica del alma cristiana.
Cristiana es la sala como cristiana es la capilla. Y esto no sólo por el efecto
de las imágenes y símbolos religiosos que allí se encuentran, sino también
por el ambiente que allí se respira, por la mentalidad subyacente a este
ambiente.
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De donde se llega a una noción más amplia. Una obra de arte no es cristiana
por el simple hecho de estar cubierta de símbolos de nuestra santa religión,
como un hombre no es fraile por el simple hecho de vestir de hábito.
Es necesario que sea católica el alma que palpita en la obra de arte, para que
ésta pueda decirse genuinamente cristiana. Y el ambiente cristiano no es
susceptible de impregnar solamente un edificio destinado al culto, sino
cualquier espacio que tenga en su configuración la marca inconfundible con
que el alma cristiana expresa todo cuanto hace.