“Las guerras son siempre injustas”, defendió el Papa ante el Patriarca de Rusia, Kiril (16 de marzo).
Vuelve a confundirse y a confundir Bergoglio con la habitual simpleza intelectual a la que nos tiene acostumbrados.
Que todas las guerras sean crueles y deban evitarse no significa que todas sean injustas, ilegitimas e inmorales. Ahí tenemos la nuestra, la Guerra de Liberación Nacional, sostenida a sangre y fuego contra el comunismo y la anti-España desde el 18 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939. Una guerra convertida en Cruzada, según el magisterio de la Iglesia, por todo lo que evitó.
La guerra, como acontecimiento violento entre dos grupos humano, por más desastres que desencadene, puede ser justa, legítima y moral. Más aún, puede ser, como de hecho lo fue la Cruzada, un deber moral, un acto de caridad obrada por el sentido de solidaridad en razón de nuestra social existencia. De ahí, lo que sobre la guerra dicen los grandes pensadores católicos, base argumental del Derecho Internacional.
San Agustín:
“Hay guerras que son justas. Son las que están destinadas a reprimir una acción culpable del adversario… Sin embargo, la guerra debe ser considerada como una solución extrema, a la que no se recurre sin haber reconocido antes la evidente imposibilidad de salvaguardar de otro modo la causa del derecho legítimo. En efecto, incluso siendo justa, la guerra determina tantos y tan graves males que no es posible resignarse a ella sino constreñido por un imperioso deber”.
Santo Tomás de Aquino:
Condiciones que hacen legítimo en conciencia el recurso a la fuerza de las armas:
“1. Que no sea emprendida por particulares… 2. Que la guerra esté motivada por una causa justa; es decir, que se combata al adversario en razón de una falta proporcionada que haya cometido realmente… 3. Que la guerra sea conducida con recta intención…”.
San Buenaventura:
“Para que la guerra sea lícita es causa suficiente la defensa de la patria, de la paz o de la Fe”.*
* Cf. in Plinio Corrêa de Oliveira. “Nobleza y elites tradicionales análogas”. Editora Fernando III el Santo. Madrid. 1993. Pp. 320-321.
Vuelve a confundirse y a confundir Bergoglio.