Hoy es una fiesta de gran significado para nosotros: San Eliseo, profeta y padre de la Orden del Carmen, sucesor de San Elías. Es también la fiesta de San Basilio el Grande, obispo, confesor y Doctor de la Iglesia. De él, dice el martirologio: “Con energía irresistible, defendió a la Iglesia contra los arios y macedonios en el siglo IV”.
San Eliseo es de particular interés para nosotros porque, como saben, fue el sucesor de San Elías. Y San Elías, históricamente hablando, puede ser considerado el primer devoto de Nuestra Señora. El devoto que ciertamente recibió una forma de devoción a la Virgen, que fue prefigura y precursora de la verdadera devoción de San Luis Grignion de Montfort, él mismo Apóstol de los Últimos Tiempos.
Como sabemos, Elías debe regresar en los últimos tiempos. ¿Sólo entonces? No, debe volver también a los últimos días de la historia humana para luchar contra el Anticristo. Por eso consideramos a Elías a la vez un antecesor de nuestro apostolado y aquel en quien culminará la lucha en la que estamos comprometidos.
Ahora, Eliseo pidió el espíritu de Elías, lo recibió y es un seguidor de Elías. Su pedido contiene esta misteriosa y hermosa realidad de la transmisión de un espíritu. ¿Cómo se transmite un espíritu? ¿Cómo pasa una gracia de una persona a otra, haciendo que la última se convierta en un alter ego de la primera? ¿Cómo son estas relaciones de alma entre personas que participan del mismo espíritu?
Hay aquí todo un firmamento de belleza espiritual sobre el que no profundizaremos ahora pero que podemos vislumbrar en el episodio de Elías ascendiendo al Cielo en un carro de fuego y arrojando su manto a Eliseo. Y, con ello, comunicando su propio espíritu a Eliseo.