La estatización de la medicina

 Vienen de lejos los intentos socialistas de estatizar la medicina, no sólo en nuestro País sino en todo el mundo. El artículo que publicamos a continuación levanta un punto muy interesante: La relación entre el médico y el enfermo es tan íntima que nadie deseará ver el servicio médico bajo completo dominio del Estado, generalmente burocrático y totalizante, radicalmente incapaz de atender a esta necesidad del paciente.

Después de la función del sacerdote, la del médico es la más delicada

(The Doctor – Sir Luke Fildes – 1891)

En un reciente discurso [N.C.: atentar a que el artículo original fué escrito en 1945] pronunciado en una reunión de médicos católicos, el Arzobispo (Bernard William) Griffin, de Westminster, condenó el proyecto de creación por el gobierno de Inglaterra de un Servicio de Salud Nacional, con atribuciones de índole totalitaria.

Entre otras cosas, dijo S. Excia:

La relación entre el médico y el enfermo es tan íntima que nadie deseará ver el servicio médico bajo completo dominio del Estado. El ministro de Salud, respondiendo a mi declaración, dijo que el público tendría el control supremo a través del Parlamento. Teóricamente, esto puede ser cierto, pero prácticamente sabéis, y yo sé, cuán poca es la autoridad del público en estos asuntos, cuando los mismos son resueltos por el Estado”.

El Arzobispo Griffin tocó el punto importante. Después de la función del sacerdote, la del médico es la más delicada, la que exige mayor agudeza espiritual, el mayor sentido humano, que no entra en calibres y patrones, sino que se adapta virtualmente a cada caso concreto en particular para no perder nada realidad íntima, en un esfuerzo de simpatía que sólo puede ser inspirado por el amor. Antes de curar a los hombres hay que amarlos, y quien no tenga esa ciencia podrá ser, como máximo, un boticario.

La burocracia es guiada por la idea y los moldes de la eficiencia (aún cuando no sea realmente eficiente, lo que ocurre la mayor parte de las veces). Y la eficiencia no tiene nada que ver con lo que es íntimamente humano, porque no pasa de una categoría mecánica.

Para la medicina burocrática, el enfermo no será nada más que un caso anónimo, sin ninguna relevancia particular, sin personalidad. Toda la tragedia de la enfermedad, la carne sufriente que se estremece y desfallece, el espíritu que se abate y siente su sujeción, la humillación del hombre en la precariedad de su vida, sus angustias, sus cuidados, sus temores, sus pavores , sus necesidades, sus sacrificios, sus agonías, todo esto en el sepulcro encalado de los procesos administrativos, con sus innumerables tramites bien ordenados, con sus informaciones, sus despachos, sus requisiciones, sus protocolos, sus términos, sus sellos y registros: todo se transforma en una geometría plana, fría, impasible e impersonal. Para la burocracia, el enfermo aparece sólo como objeto de un servicio. Hay que reconocer que este es el aspecto menos favorable. Por otra parte, la burocracia está organizada de manera general para hacer menos favorables las condiciones de trabajo.

Se dirá que la medicina pública puede ser ejercida de otro modo. No es posible. El Estado moderno es esencialmente burocrático, mecánico y protuberante. Y, para no ser así, sería necesario dejar de ser lo que es. Por otra parte, los motivos por los que se pide la intervención estatal en el campo de la medicina no son para hacer esperar que suceda otra cosa.

Uno de ellos es la crisis económica de los médicos. No hay duda de que ganarse la vida es muy importante, pero está lejos de ser lo más importante. De lo contrario, la enfermedad no pasaría de fuente de ingresos, lo que es indigno.

El otro motivo es más elevado, pues se basa en el interés del desarrollo de la medicina. Pero tampoco es suficiente, pues pasa a ver en el paciente apenas el caso clínico, sólo la oportunidad técnica, como también puede hacer el veterinario con los animales.

Todo esto es sumisión a valores más bajos, es coartación, es funcionalismo, es servidumbre. Sólo quien ve, ante todo, el interés humano es verdaderamente médico por vocación, y alcanza toda la dignidad de su profesión, alzándose por encima de las contingencias materiales de su ejercicio. Y esto, el Estado moderno, burocrático y totalizante, es radicalmente incapaz de hacer.

Desgraciadamente, va disminuyendo el número de aquellas grandes figuras de médicos, que ejercían su profesión de modo casi sacerdotal, cuya única presencia inspiraba confianza y confort, y a los que no les gustaba cobrar cuentas, pues esto les daba una penosa impresión de simonía.

Los criterios utilitarios, que están transformando a los hombres en engranajes de un monstruoso mecanismo, están liquidando con todo lo que hay de elevación humana y de elevación espiritual. Los técnicos están haciendo el mundo inhabitable, después de haberse degradado a sí mismos a la categoría de simples instrumentos.

Por eso van desapareciendo los grandes médicos, y acabarán del todo, si el Estado los transforma en funcionarios públicos, es decir, en máquinas-herramientas. Porque el gran médico, antes de ser grande en la medicina, ha de ser grande como hombre.

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