
El dr.Adolfo Lindemberg es un Brasileño muy reconocido tanto en los ambientes de las ilustres familias de Sao Paulo como en los mediso empresarales siendo el fundador y director de una de las mas reconocidas empresas de construcción del gran Sao Paulo. la CAL que impuso un estilo de edificios que fácilmente se destacan en la ciudad. Sobrino de Dña Lucilia Riveiro dos Santos Correa de Oliveira madre de Dr. Plinio dentro de sus memorias resaltamos este artículo dada la ocasión del aniversario de nacimiento del dr. Plinio.
A D V E R T E N C I ALas palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959. |
Uno de los hombres que más contribuyó al brillo y encanto de la arquitectura brasileña de nuestro tiempo, el Dr. Adolpho Lindenberg, es de las pocas personas aún vivas que tuvo el privilegio de tratar desde su infancia con el Prof. Plinio, de quien era primo hermano. Fundador de la Constructora que lleva su nombre y marcó época en el Brasil, logrando imponer un estilo propio —al mismo tiempo tradicional, de alta categoría y de notorio carácter— preside hoy el Instituto Plinio Corrêa de Oliveira, que rememora y prolonga la obra del insigne varón católico.Tesoros de la Fe le solicitó un escrito en el cual narrase algunos recuerdos de aquel tiempo. En un lenguaje muy atrayente e impregnado de admiración y de afecto, el empresario paulista nos describe, además de los hechos referentes al período de infancia, el modo cómo, desde pequeño, el Prof. Plinio fue forjando su ideal, que fuera enteramente explicitado, décadas después, en su obra Revolución y Contra-Revolución.Plinio, a los 10 años, vestido de marinero. ¿Cuáles son los más antiguos recuerdos que guardo, con mucho cariño, de los tiempos en que mi primo hermano, Plinio Corrêa de Oliveira, era un joven y yo un niño? Nuestra diferencia de edad era de 16 años. Él vivía en la casa de nuestra abuela materna, Gabriela Ribeiro dos Santos. Nuestra abuela —matriarca de estilo antiguo, que marcó época en la sociedad paulista de fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX— era monarquista. En el medio republicano en que vivía, nunca escondió sus relaciones con la princesa Isabel, hija de Don Pedro II, el último emperador del Brasil, entonces exiliada en Francia. Se podría hasta decir que mi abuela fue una expresión del Brasil antiguo; tenía hábitos en que se sentía el Imperio y el Brasil del interior. Un cuadro que pertenecía a Plinio, pintado por un conocido retratista francés, presenta a la abuela como una bella dama, con una mirada decidida, viva, inteligente y maternal Talleyrand, gran diplomático francés y eximio hombre de sociedad, comentó que no conocía bien lo que era la dulzura de vivir quien no conociera la sociedad anterior a la Revolución Francesa. Respetadas las proporciones, pienso que quien no conoció las delicias del bien vivir de una familia patriarcal, de la época de nuestra abuela, tiene dificultad para comprender cómo un ambiente familiar puede ser tan acogedor, agradable, armonioso y lleno de vida. Plinio vivió en ese medio, hizo parte de él y lo analizó meticulosamente. Fue en ese círculo social que pudo observar cómo los prejuicios, tendencias y mentalidades pueden predisponer a las personas para adherirse a esta o aquella ideología. Plinio con su hermana Rosée Él guardaba muy vivos los recuerdos de aquella época. Tres meses antes de su muerte, estando ya enfermo y debilitado, tuve la última conversación a solas con él. Doña Lucilia: católica, monarquista y tradicionalista Fotografía de doña Lucilia tomada en París. Si quisiésemos destacar la nota característica de su personalidad, yo diría que tía Lucilia encarnaba el ideal perfecto de la madre católica, en toda la extensión del término. Para una mejor comprensión de la personalidad de Plinio, nada más adecuado que comenzar por conocer de cerca la figura muy especial, que me es muy próxima y muy querida, que fue su madre, tía Lucilia, hermana de mi madre. Si quisiésemos destacar la nota característica de su personalidad, yo diría que tía Lucilia encarnaba el ideal perfecto de la madre católica, en toda la extensión del término. No sólo de madre, sino también de esposa, hija y tía. Siendo ella la mayor de las hermanas, cuidó de la abuela durante el largo período de su enfermedad, como era la costumbre de aquellos tiempos. “Lucilia se anuló, se alejó de todo para cuidar a su madre, día y noche, como si fuese una enfermera”: este era el comentario más frecuente sobre ella, hecho por la parentela, que conservé en la memoria. Con el correr del tiempo, pude valorar cuán penosa debe haber sido esa misión, pues la abuela fue una persona con innumerables cualidades, pero la paciencia ciertamente no era la mayor de ellas. La razón de su “anulación”, sin embargo, conforme pude observar a lo largo de los años, se debe al hecho de que ella, siendo católica a ultranza, monarquista y tradicionalista, no pactó de modo alguno con el relajamiento de las costumbres, con las modas extravagantes ni con la glorificación del progreso; en fin, con aquello que pasó a denominarse “mundo moderno”. En esta postura, ella fue la fuente de la aversión de Plinio a todo cuanto era modernizante, poco ceremonioso e igualitario. Doña Lucilia fue la fuente de la aversión de Plinio por todo cuanto era modernizante, poco ceremonioso e igualitario. Quien no conoció a tía Lucilia, tendrá dificultad para entender al hijo. Fueron muy próximos la vida entera, con temperamentos y gustos en perfecta sintonía. Él hacía de todo para agradarla, y ella, a su vez, tenía la atención totalmente puesta en su hijo. Me acuerdo de que todos los días Plinio, ya hombre hecho, después de la cena reservaba veinte minutos para conversar con ella, hábito ese que mantuvo hasta cuando estaba ocupadísimo con trabajos urgentes. Después que él sufrió un revés en su labor apostólica, ella lo consoló con una frase que sintetizaba perfectamente su modo de sentir las cosas: “Hijo mío, lo importante en la vida es estar juntos, mirarse y quererse bien”. Y eso ellos lo practicaban. El resto, sea lo que sea —ambiciones, éxitos, fracasos–– para ella contaba mucho menos. Plinio siempre recordó esta frase hasta el fin de su vida, edificado y nostálgico. Me acuerdo muy bien de tía Lucilia, viniendo a visitarme cuando yo estaba enfermo, acometido por las clásicas dolencias de la infancia. Ella me leía Los tres mosqueteros y tantos otros libros que exaltaban el heroísmo, la fidelidad y la unión más absoluta entre los amigos. Inútil decir que la lectura era salpicada por consejos, advertencias sobre los peligros que encontraría a lo largo de mi vida, además de mil agrados. ¿Habrá ella tenido conciencia de que, haciéndolo así, me estaba preparando para convertirme en un fiel seguidor de su hijo? Una dama ceremoniosa y acogedora. Tengo la certeza de que nunca vi —y creo que pocas personas vieron— una mirada tan dulce, expresiva, acogedora y profunda como la de tía Lucilia Profundo discernimiento de las características de los pueblosTía Lucilia, a pesar de sus limitados recursos financieros y de su preferencia absoluta por todo lo que fuese francés —parcialidad esa siempre criticada por mi padre, germanófilo a ultranza—, contrató una institutriz bávara para educar a sus hijos, Rosée y Plinio. Fräulein Mathilde, católica, monarquista, culta, europea a más no poder, abrió los ojos de sus pupilos para los esplendores de la Edad Media, los llevó a admirar las grandes figuras del pasado, disertó sobre el trágico final de la mayoría de las familias reinantes en Europa.Esta apertura de horizontes permitió a Plinio, años después, discurrir con frecuencia y gusto sobre las cualidades y limitaciones de cada pueblo europeo. Las comparaciones que hacía sobre las características de los franceses, alemanes, ingleses, italianos, españoles, húngaros, etc. eran tan interesantes que podrían perfectamente ser publicadas.Me acuerdo de la afirmación de un español que sólo comprendió la grandeza de su tierra natal después de haber asistido a una conferencia en la cual Plinio elogiaba los trazos del espíritu de cruzada aún existentes en el alma española, la altivez y el espíritu varonil del carácter ibérico, el destino glorioso que aún aguardaba a España en una futura época de civilización católica. Brillantes también fueron sus comparaciones entre prusianos y bávaros. Las conclusiones a que ellas conducían me llevaron a creer que la Fräulein Mathilde tuvo una no pequeña participación en esas apreciaciones.Admiración por los grandes personajes de la historiaDoña Lucilia contrató a Fräulein Mathilde, una institutriz bávara, para educar a sus hijos. De izquierda a derecha, Plinio, su prima Ilka, Fräulein Mathilde y Rosée, su hermana.En la imaginación de los dos hermanos, Plinio y Rosée, habitaban hadas, príncipes, cruzados, grandes santos, reyes, reinas, héroes y personajes de realce del Ancien RégimeHoy en día, la mente de los niños está poblada de monstruos o figuras de reinos imaginarios y paganos. No obstante, en la imaginación de los dos hermanos, Plinio y Rosée, habitaban hadas, príncipes, cruzados, grandes santos, reyes, reinas, héroes y personajes de realce del Ancien Régime. Así, figuras como Carlomagno, Roland, Santa Juana de Arco, Felipe II, Luis XIV, personajes de las célebres Memorias del duque de Saint-Simon y tantas otras, quedaron tan próximas a Plinio, al punto de que él se refería a ellas con la misma naturalidad con que sus primos se referían a los artistas de cine o a los jugadores de fútbol. Las conversaciones en la sala de los jóvenes en la casa de la abuela eran al menos curiosas: el galán de cine Rodolfo Valentino y el jugador de fútbol de los años 30 Friedenreich, alternándose muy armoniosamente con La Grande Mademoiselle [Ana María Luisa de Orleans, prima de Luis XVI], María Antonieta y Chateaubriand…Fräulein Mathilde les enseñó también a distinguir todo aquello que es honesto, noble, elevado, verdadero, de las cosas vulgares, ordinarias, falsas o mezquinas. Les llevó a comprender que la educación y la elevación del espíritu son valores intrínsecamente superiores a la riqueza material y a las glorias efímeras que el mundo puede ofrecer. Así se comprende cómo, desde pequeño, Plinio conoció el primado de la cultura, de la fineza y del espíritu aristocrático.No fue sin razón, por consiguiente, que dos realidades disputaban la primacía dentro de mi cabeza de niño: el mundo de mis otros primos ––corriente, banal, con prevalencia de lo inmediato, lleno de contradicciones, materialista y hedonista–– y el mundo de Plinio, con sus absolutos, sus grandezas, sus cumbres del espíritu a ser alcanzadas.Certeza de sus convicciones y santa intransigencia Plinio en su niñez, vestido de español para una fiesta de disfracesComo alumno de los jesuitas, Plinio aprendió desde temprano el arte de las disputas ideológicas, los meandros de la buena argumentación, la habilidad para defenderse de falsos argumentos. Su placidez y objetividad constituirán también armas eficaces en las polémicas y persecuciones de que fue víctima. En efecto, él oía calmadamente los argumentos y las objeciones de sus interlocutores, y después los iba desmontando, rebatiendo, separando la verdad del error, y todo ello con una lógica ignaciana, en un tono de voz fuerte pero desapasionado.Su principal fuerza residía, sin embargo, en la certeza y seguridad de sus convicciones. El director de un colegio ––en el que fue a hacer una conferencia para los alumnos–– se quejó de que, siempre que invitaba a hablar a Plinio, el ambiente quedaba alborotado con discusiones, que se prolongaban por buen tiempo después de terminada la exposición. Yo respondí, elogiando el interés de los jóvenes por el debate de temas ideológicos, pero él fue perentorio: “¡Plinio es de una radicalidad insoportable. Debemos buscar el consenso, nunca la controversia!”. En realidad, él era tan contrario a los medios términos y concesiones en cuestiones de ortodoxia católica, que transmitía a muchos la impresión de excesiva intransigencia. Llegaron injustamente a acusarlo de fanático.Su ardiente anhelo por una civilización idealEsta impresión de intransigencia y de espíritu categórico que Plinio causaba era reforzada por la vitalidad y el arrojo con que defendía verdades hace tiempo olvidadas. En una época en que ser católico practicante e ir a misa era solo para las mujeres, en que los hombres en su inmensa mayoría eran positivistas, masones y liberales, él, con su voz fuerte, proclamaba en alto y sonoramente que la moral católica debía ser practicada por todos, mujeres y hombres. En una época en que en los medios católicos solo se alababan la paciencia, la humildad y la conformidad, él decía que los católicos debían afirmar su fe con arrojo, ser combativos y capaces de vencer a los enemigos de la Santa Madre Iglesia. Más aún, que deberían aglutinarse y formar un movimiento que tuviera las condiciones de influir en los destinos del país y alterar el rumbo de los acontecimientos.Con apenas 22 años, el Dr. Plinio se graduó de abogado por la Facultad de Derecho de la Universidad de São PauloEn una época en que ser católico practicante e ir a misa era solo para las mujeres, en que los hombres en su inmensa mayoría eran positivistas, masones y liberales, él, con su voz fuerte, proclamaba en alto y sonoramente que la moral católica debía ser practicada por todos, mujeres y hombresAmigos más próximos de Plinio, todos aprendimos con él, a lo largo de nuestras vidas, a desear una sociedad ideal, en una civilización auténticamente cristiana —sustentada en los escritos de San Luis Grignion de Montfort—, llamada entre nosotros, el Reino de María. Tal sociedad deberá tener un tono sacral, una organización social orgánica y jerárquica, y reflejar la doctrina católica en toda la amplitud de esta expresión. En mi estrecha relación con Plinio, pude constatar cómo él era un modelo vivo, una prefigura de esa futura sociedad ideal.Una personalidad suscitada por Dios¿Cómo esta germinación fue posible en una ciudad moderna, incrustada en el Nuevo Mundo? ¿Por una gracia especialísima de la Santísima Virgen? Ciertamente sí. Pero ello nos lleva a otras consideraciones: si Dios suscitó una personalidad como la del Dr. Plinio, ¿no será esto una primera gracia y un primer paso para un cambio radical en el rumbo de los acontecimientos? ¿No estará próxima la restauración de la civilización cristiana?En estas líneas, intenté dar algunos trazos de cómo Plinio, desde niño, ya respiraba valores contra-revolucionarios. Con los años, él creció ultramontano —como eran llamados en el siglo XIX los católicos antiliberales y fieles al Papado—, monarquista, antimodernista, católico en todas sus manifestaciones. Con la lectura de autores como De Bonald, Donoso Cortés, Veuillot, y de numerosos santos como San Pío X (foto en la pág. siguiente), él explicitó y formuló de modo sistemático sus teorías, su Weltanschauung (visión del universo), aunque todas ellas ya existían en su alma en estado germinal.Consideración del pasado con miras al futuroEn los años 1940 y 1950 el Dr. Plinio leyó los discursos de Pío XII a la nobleza y patriciado romano, y redactó muchos y magníficos comentarios al respecto. Posteriormente compiló y completó tales comentarios en su último libro, publicado en 1993: Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romanaCon la lectura de autores como De Bonald, Donoso Cortés, Veuillot, y de numerosos santos como San Pío X, él explicitó y formuló de modo sistemático sus teorías, su Weltanschauung (visión del universo), aunque todas ellas ya existían en su alma en estado germinal.Sin embargo, sabemos que la tradición no se opone al futuro, apenas postula que sean respetados el rumbo, los hábitos y las leyes por ella establecidos a lo largo de las generaciones. El Dr. Plinio, en los años 1940 y 1950, leyó los discursos de Pío XII a la Nobleza y al Patriciado romanos, y tejió muchos y magníficos comentarios al respecto. Tales comentarios, después los compiló y completó en su último libro, publicado en 1993: “Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana”.Estas consideraciones conducen a la última parte de este artículo: Plinio Corrêa de Oliveira y el futuro. La más común, la más contundente de las acusaciones hechas a los movimientos tradicionalistas es la de que son nostálgicos, están vueltos al culto del pasado, manifiestan desagrado o hasta aversión a todo lo que es actual y se contentan con derramar lágrimas sobre los infortunios que se acumulan sobre sus cabezas.Papa San Pío XAdemás de detectar las señales de la proximidad del gran castigo previsto en Fátima en 1917, procuramos seguir la evolución del arte contemporáneo y de las costumbres en su senda hacia el más abyecto de los satanismos.Por consiguiente podemos afirmar que de ningún modo sus discípulos cerramos los ojos al futuro. Al contrario, consideramos un seguimiento de los nuevos rumbos de la cultura y de la política como una de las actividades primordiales. Además de acompañar con lupa las noticias para entrever en ellas los próximos pasos de la Revolución anticristiana, y al mismo tiempo detectar las señales de la proximidad del gran castigo previsto en Fátima en 1917 —al cual Plinio, en lenguaje casero, denominaba Bagarre (refriega, en francés)—, procuramos seguir la evolución del arte contemporáneo y de las costumbres en su senda hacia el más abyecto de los satanismos. Nos esforzamos igualmente en descubrir los intereses y planes de las fuerzas más decisivas que buscan la expansión del mal en todas las naciones, entre las cuales está ciertamente el islamismo revolucionario. Todo ello sin desatender las polémicas que mantenemos con el progresismo y las campañas contra el agro reformismo, la práctica homosexual, el aborto, etc.Confianza en la Santísima Virgen y certeza de su victoriaInterpretando el pensamiento del Dr. Plinio, puedo decir que éxitos parciales —y esos los hemos alcanzado— deben servir de pedestal para conquistas más arduas, pretendiendo la victoria final señalada por él como el Reino de MaríaEl Dr. Plinio junto a la Imagen Peregrina de Nuestra Señora de Fátima, que lloró milagrosamente en Nueva Orleans, el año 1972 |