SEMANA SANTA: MEDITACIÓN MUY ÚTIL: PLINIO CORREA

Hay errores muy fatales entre los católicos brasileños, que con extraordinaria oportunidad deben ser desenmascarados durante la Semana Santa. No nos importa si los demás no cumplen con su deber. Hagamos el nuestro. Y después de haber hecho todo lo posible, resignémonos a la avalancha que se avecina. Porque aunque Brasil y el mundo entero perezcan, aunque la propia Iglesia sea devastada por los lobos de la herejía, ella es inmortal. Navegará a través de las aguas turbulentas del diluvio. Es de su seno sagrado de donde surgirán, después de la tormenta, como Noé del arca, los hombres que fundarán la civilización del mañana.

     Pero es ahí donde ciertos católicos no quieren llegar. Sólo entienden a Cristo en un trono de gloria, sólo le son fieles en días parecidos al Domingo de Ramos, cuando la multitud le aclama. Para ellos, Cristo debe ser un rey terrenal, debe dominar constantemente el mundo. Y si la impiedad de los hombres lo reduce de rey a crucificado, de soberano a víctima, ya no les importa nada de Él.

     Cristo quiso pasar por todo el oprobio, todas las vejaciones, todas las humillaciones, mostrando que la Historia de la Iglesia también tendría sus calvarios, sus humillaciones, sus derrotas, y que mucho más meritoria fue y es la fidelidad en el Gólgota que en el Tabor.

     Fue para enseñar a hombres como éstos que Nuestro Señor se sometió a todas las humillaciones del Calvario. Hay gente con una mentalidad detestable, que considera absolutamente natural que el Redentor sufra, que la Iglesia sea vejada, humillada, perseguida. “Es la Pasión de Cristo repitiéndose”, dicen. Y mientras esta Pasión se repite, ellos llevan una vida plena y cómoda en las orgías, en la inmundicia, en la exacerbación de todos los sentidos y en la práctica de todos los pecados. Fue para estos individuos que se hizo el látigo con el que los cambistas de dinero fueron expulsados ​​del Templo.

     No es cierto que debamos permanecer de brazos cruzados ante los ataques de los enemigos de la Iglesia. No es cierto que debamos dormir mientras se renueva la Pasión. Cristo mismo recomendó a sus Apóstoles que oraran y velaran. Y si debemos aceptar los sufrimientos de la Iglesia con la resignación con que Nuestra Señora aceptó los sufrimientos de su Hijo, no es menos cierto que será motivo de condenación eterna para nosotros si nos comportamos ante los dolores del Salvador con la somnolencia, la indiferencia y la cobardía de los discípulos infieles.

     La verdad es ésta: debemos estar siempre con la Iglesia, “porque sólo ella tiene palabras de vida eterna”. Si la atacan, luchemos por ella. Pero luchemos como mártires, hasta el derramamiento de nuestra sangre, hasta nuestro último recurso de energía e inteligencia. Si a pesar de todo esto continúa oprimida, suframos con ella, como San Juan Evangelista al pie de la Cruz. Y estemos seguros de que, en este mundo o en el próximo, Jesús misericordioso no nos privará del espléndido premio de presenciar su gloria divina y suprema.

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     Publicado en el Periódico Legionario, No. 236, 21/03/1937.

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