Lejos de amar lo suave, tranquilo e inocente, la naturaleza caída gusta de lo estruendoso y vibrante, entretanto, doctrina cierta es que el enemigo infernal quiere para los desterrados hijos de Eva, todo aquello que nos aleje del silencio, aquel silencio donde justamente se encuentra la voz del Dios verdadero.
Plinio Corrêa de Oliveira – Catolicismo Nº 114 – Junio de 1960
Es de noche. Se adivina el silencio absoluto que habita en la oscuridad que esta antigua y mal tratada fotografía fijó. El alma, en una atmósfera como ésta, se siente invitada a la reflexión. Todas las circunstancias, grandes o pequeñas, agradables, aburridas o incluso dolorosas de la vida cotidiana desaparecen. A solas consigo mismo, el hombre puede trascender de todo esto, y penetrar en la región superior del recogimiento, de la reflexión y del estudio.
Se trata de una felicidad austera y sosegada. En una palabra, es una felicidad verdadera.
En nuestra fotografía esta felicidad se siente vivamente.
Tres luces están encendidas en ella. La menos importante es la que propiamente merece el nombre de luz: es la de la vela. Su reflejo sobre el libro constituye la segunda nota clara de la imagen. Se tiene la impresión de que el pensamiento contenido en el texto se hace luminoso. Y la luz de la vela y el reflejo en el libro iluminan el rostro, haciendo ver en él la luz más verdadera, que es la del alma atenta y sutil que lee.
Analícese este rostro sumergido en la lectura: está sosegado, absorto, feliz.
Como decíamos, es la felicidad del aislamiento, del recogimiento, la felicidad de pensar…
De esta felicidad eran ansiosos nuestros mayores. Pero cada vez hay menos que la aprecian.
Crece, por el contrario, el número de los que sólo sienten placer en el ruido, en la agitación, en las sensaciones “exciting”.
En Nueva York, inchas acaban de conocer la victoria de su campeón. Blancos, negros, amarillos, entre todos se generaliza hoy la tendencia de pensar que felicidad es esto…
Para los que conocen el placer del recogimiento, está establecido un presupuesto precioso para la santificación. San Bernardo decía: “O beata solitudo, o sola beatitudo!”
Pero los que viven en el bullicio perpetuo, los que no saben ni quieren vivir fuera de él, cuántos ruidos ahogan la voz de la gracia…
“Non in commotione Dominus” (3 Rs. 19, 11). Dios no se encuentra en la agitación.